Un vagón de tren, apenas unos cuantos pasajeros y en un asiento en la ventana, una chica llorando desconsoladamente. Es guapa, inteligente, culta, no parece tener ningún problema físico pero su dolor es contagioso. Cada día que pasa estoy más convencida de que la sociedad moderna está enferma, sufre infelicidad crónica. Paseas por la calle y sólo ves caras largas, gente con prisa, empujones, carreras, nadie sonríe, nadie parece feliz. En la oficina, todos están tan quemados que apenas saludan por los pasillos y desahogan su malestar con cualquier oido que se preste.
Sin embargo, hace unos meses visité un país de los mal llamados "en vías de desarrollo", donde la tasa de pobreza es muy alta y las preocupaciones de la gente no residen en las letras del coche, que este año nos quedamos sin vacaciones o que en Navidad se me ha puesto el culo como un pandero, sino más bien en lo que vamos a llevar para comer a casa esta noche. Y sin embargo nunca he visto tanta gente sonriente y feliz por las calles en mi vida, están tan acostumbrados a no tener nada que no desean nada, trabajan con una sonrisa en los labios porque están agradecidos de tener un trabajo y las leches que les da la vida se superan poniendo al mal tiempo, buena cara.
El primer mundo tiene mucho más de lo que necesita, pero sigue queriendo más. Quiere comer de todo a todas horas, no aburrirse jamás y un trabajo mejor del que ya tiene. Pero no se dan cuenta de que la comida sabe mejor cuando es natural y sólo hace falta comer cuando tienes hambre, aburrirse no siempre es malo, no hay que estar haciendo algo en cada momento y a menudo debemos intentar amar lo que hacemos, en lugar de desear siempre la hierba del otro lado de la valla.
Y este momento zen sólo tiene un objetivo, evitar ser la chica del tren otra vez. Porque llevo muchos años conociéndome, he aprendido a amar mis defectos y a asumir mis virtudes. Soy culpable de poner demasiada carne en el asador siempre, pero me encanta la carne y no pienso dejar de hacerlo!!
1 comentario:
El otro día leí en un artículo de una revista a un columnista que decía que "nunca había sabido lo desgraciado que éramos en el primer mundo hasta que había visto lo felices que eran en el tercer mundo cuando uno debe únicamente preocuparse por lo que se va a tener para comer en el día". Doy fe tras visitar el tercer mundo: el consumismo nos hace super infelices. La envidia nos hace infelices.
Si miramos lo que tenemos en nuestra parecelita podemos ver que... realmente... lo que tenemos merece la pena, aunque eso no quita que, sin duda... sepamos hacia dónde queremos dirigirnos.
Preciosa entrada. A ver si conseguimos levantar a esa chica del tren. Besotes
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